sábado, 8 de marzo de 2014

José Luís Molina, Vencedor de los Imperialistas.

El general Martín Rodríguez, gobernador de la provincia de Buenos Aires, emprendió en 1821 una expedición con el propósito de avanzar la frontera. Fue Francisco Ramos Mejía, propietario de la estancia Miraflores, quien le aconsejó tratar previamente con las tribus avecindadas que obedecían a los caciques Ancafilú, Pichuiman, Antonio Grande y Landao. Rodríguez no solo desoyó el consejo sino que desconfiando del terrateniente, lo envió a prisión remitiéndolo con su familia a Buenos Aires.
El capataz de la estancia nombrada era José Luís Molina (al servicio del terrateniente desde quizás antes de 1811, en Los Tapiales). Molina escapó junto con dos peones y se refugió entre la indiada, en donde formo su familia y se impuso como caudillo, liderando las invasiones que asolaron las zonas oeste y sur de Buenos Aires.
El 4 de abril de 1821, tras retirarse Rodríguez, se puso al frente de 1.500 indios y atacó la naciente población de Dolores. A su regreso la indiada se fraccionó, entrando unos por el Salado, otros por los montes del Tordillo y Monsalvo, arrebatando ganados y todo lo que hallaban a su paso. Más de 140.000 cabezas fueron tomadas en esta barrida.
Dos meses después repitieron la incursión llegando hasta Pergamino, y en noviembre de 1825 Molina invadió la zona adyacente al Salado, capitaneando las tribus de Ancafilú y Pichuimán. Los húsares y dragones lo esperaron en el lugar denominado “Arazá” y en la refriega que se produjo, muere Ancafilú. Gracias a la rapidez de su caballo, Molina pudo salvarse pero fue acusado de traidor y de ser responsable de la muerte de su cacique, y en represalia dieron muerte a uno de los peones con los cuales huyera de la estancia Miraflores.
Molina pidió protección al comandante Juan Cornell, estacionado en Kaquel Huincul (hoy Partido de Maipú), y bajo su custodia, fue llevado al fuerte Independencia (Tandil). El presidente Rivadavia dictó el 4 de julio de 1826 un decreto, concediendo para José Luis Molina y su familia el indulto solicitado, y autorizándole a instalarse en donde fuese de su agrado.
El gobierno utilizó sus servicios nombrándolo capitán de baquianos de la división del coronel Federico Rauch, que cubría la frontera Sur de la provincia de Buenos Aires. Prestó servicios conduciendo la expedición hasta las tolderías de los que fueran sus aliados, tomando parte en la pelea y descollando por su valor. Así se rescataron más de 300 mujeres y niños, que se repartieron en la ciudad de Buenos Aires y una cantidad considerable de ganado.
Cuando se produjo la invasión imperial por la zona del Río Negro, el capitán de baquianos Molina se encontraba en Carmen de Patagones a cargo de una partida de 22 hombres. El grupo, denominado “tragas", estaba compuesto por el sargento José María Molina, los cabos José María Albarito (Albertio) y Lorenzo Gómez, los soldados Cornelio Medina, Juan Bautista Montesina, Dionisio Gómez, Juan Leguizamón, Julián Álvarez, Santiago Ventena, Miguel Rivera, Casimiro Marín (Martín), Francisco Delgado, Inocencio Peralta, Jorge Arrioca, Manuel Gamboa, Policarpo Luna, Santos Morales, Manuel Pérez, Raimundo Ramayo, Juan P. Rojas y Gregorio Ramírez (José Juan Biedma, Revista de Buenos Aires, tomo 5, 1864).
Cuando el 6 de marzo desembarcaron los brasileños en la margen sur del río Negro, Molina se incorporó con su partida a la fuerza que mandaba el subteniente Sebastián Olivera, que sumaba 114 milicianos de caballería. Mientras Olivera atacó frontalmente, Molina se corrió a sus flancos y retaguardia y puso fuego a los pajonales circundantes; esto contribuyó a que los 500 invasores se rindieran ese 7 de marzo de 1827, al mismo tiempo que los imperiales lanzaban otro ataque directamente sobre el puerto y pueblo de Patagones. El historiador José Juan Biedma (Crónica Histórica del Río Negro de Patagones /1774-1834/; Buenos Aires; 1905), lo describió como un “paisano de alta talla, de siniestro aspecto, de fisonomía sombría, de grande barba negra, con un poco de la crin de león en su melena y una mirada terrible pero encapotada”.
Sobrevino la revolución del 1º de diciembre de 1828 y Molina se alistó en las filas de Juan Manuel de Rosas. El 12 de noviembre de 1829 fue nombrado Jefe del Regimiento 7º de Milicias de Caballería de Campaña, de nueva creación, y obtuvo el 14 de diciembre del mismo año, despachos de teniente coronel de caballería con grado de coronel, siendo antes sargento mayor de la misma arma.
En los últimos días de diciembre de 1830, el coronel Molina halló su muerte en Tandil, siendo sepultado en Chascomús, el 27 de diciembre del año 1830. En la Biblioteca del Comercio del Plata, de Montevideo, dirigida por Valentín Alsina, aparece una nota sobre su muerte: "Día 30 de enero de 1830. Muere hoy, de resultas de un lento envenenamiento dispuesto por Rosas, el titulado coronel Molina, uno de sus caudillos principales en la guerra contra el general Lavalle y que tenía gran poder sobre los indios, entre los cuales, como soldado desertor, había vivido muchos años, regresando indultado en 1826".
Quizás fue sólo un bandido, se encuentran documentadas sus fechorías; quizás un traidor de los indios que lo protegieron. Pero no hay dudas de que el gaucho Molina defendió la soberanía. Probablemente represente de manera cabal al “tipo de gaucho de nuestra pampa, aprisionado bajo el uniforme militar” (Biedma;
1905).

Por Juan Carlos Ramirez.

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